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¿Artritis Reumatoide?

La artritis reumatoide (AR) es la enfermedad inflamatoria reumática más común, caracterizada por la destrucción del cartílago y hueso subyacente en las articulaciones «afectación estructural» , lo que conduce a una discapacidad progresiva y afecta la calidad de vida de los pacientes. A pesar de que su causa exacta sigue siendo desconocida, se han realizado importantes avances en la comprensión de su fisiopatología, lo que ha permitido el desarrollo de nuevos tratamientos biológicos.

Epidemiología

La AR afecta aproximadamente al 0,3% de la población adulta en Europa, con una incidencia anual de 90 casos por millón de habitantes. La enfermedad es más prevalente en mujeres, con una relación de 3:1 en comparación con los hombres, y suele comenzar entre los 45 y 50 años. Sin embargo, puede afectar a personas de cualquier edad, desde jóvenes de 20 años hasta ancianos de 70-80 años. Las repercusiones de la AR no son solo articulares, sino también sistémicas, incluyendo complicaciones como nódulos reumatoideos, afectación pulmonar y vasculitis.

Fisiopatología

La AR es una enfermedad autoinmunitaria que provoca una proliferación pseudotumoral (no cancerígena) del tejido sinovial (pannus reumatoideo), destruyendo progresivamente el cartílago y el hueso subyacente. La sinovitis reumatoidea se caracteriza por la proliferación de los sinoviocitos tipo A (células de estirpe macrofágica) y una intensa angiogénesis (crecimiento de nuevos vasos sanguíneos), permitiendo la migración de células inflamatorias a la capa sinovial. El infiltrado inflamatorio está compuesto principalmente por linfocitos T-CD4, macrófagos y linfocitos B, los cuales juegan un papel crucial en la perpetuación de la inflamación.

Las citocinas, proteínas solubles que median la inflamación, están desbalanceadas en la AR, con un predominio de citocinas proinflamatorias como el factor de necrosis tumoral (TNF) y la interleucina 1 (IL-1). Estas citocinas no solo contribuyen a la destrucción articular, sino que también inducen síntomas sistémicos como fiebre y astenia (cansancio).

Diagnóstico Precoz

El diagnóstico precoz de la AR es esencial para iniciar un tratamiento adecuado que pueda controlar la inflamación y prevenir la destrucción articular. El diagnóstico se basa en criterios clínicos y biológicos. La serología reumatoide (factor reumatoide) y los anticuerpos contra proteínas citrulinadas (ACPA) son útiles, aunque su sensibilidad es limitada en las etapas iniciales de la enfermedad. La ecografía de alta frecuencia y la resonancia magnética pueden detectar sinovitis y erosiones óseas antes de que sean visibles en radiografías convencionales.

Tratamiento

El tratamiento de la AR es multifacético y se adapta a la gravedad y características de la enfermedad en cada paciente. Incluye:

  1. Tratamientos Farmacológicos
    • Sintomáticos: Analgésicos como el paracetamol, AINEs y glucocorticoides para el manejo del dolor y la inflamación.
    • Tratamientos de Fondo: Fármacos modificadores de la enfermedad (FAME) como metotrexato, leflunomida, hidroxicloroquina y sulfasalazina. En casos graves o refractarios, se utilizan bioterapias (anti-TNF, antagonistas de IL-1).
  2. Tratamientos Locales
    • Infiltraciones de glucocorticoides y sinoviortesis para tratar inflamaciones articulares específicas.
    • Sinovectomía artroscópica en casos de sinovitis persistente.
  3. Apoyo Psicológico y Social
    • Asistencia adaptada a las necesidades del paciente para desdramatizar la enfermedad y mejorar la calidad de vida.
    • Involucrar a la familia y proporcionar información adecuada sobre la enfermedad y el tratamiento.
  4. Rehabilitación Funcional
    • Ejercicios regulares y educación gestual para mantener la función articular.
    • Uso de ortesis de reposo y plantillas ortopédicas para aliviar el dolor y mejorar la movilidad.
  5. Tratamientos Quirúrgicos
    • Intervenciones conservadoras y paliativas para reducir la inflamación y corregir deformidades articulares avanzadas.

Control a Largo Plazo

El seguimiento de los pacientes con AR es crucial para evaluar la evolución de la enfermedad y ajustar el tratamiento. Se utilizan índices compuestos como el DAS 28 para medir la actividad de la enfermedad, y se realizan radiografías periódicas para monitorear la afectación estructural. Es fundamental registrar los efectos secundarios de los tratamientos y realizar ajustes según sea necesario.

Conclusiones

Aunque no existe una cura para la AR, los avances en el diagnóstico temprano y en los tratamientos han mejorado significativamente el pronóstico de la enfermedad. Un enfoque terapéutico integral y personalizado es esencial para preservar la función articular y mejorar la calidad de vida de los pacientes con AR.

Referencias

Le Loët X., Goëb V., Lequerré T. Artritis Reumatoide. Tratado de medicina, 2006-01-01, Volumen 10, Número 2, Páginas 1-8,  2006 Elsevier SAS

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